Tiempo claro e incandescente; situación desastrosa. El gusano de la envídia está pudriéndome poco a poco, muy lentamente. Me creo alguien y no soy nadie. Pienso que no soy nadie pero, realmente, soy alguien. ¿Qué? ¡Bah, tonterías!
Y llegó ella -o ellas, viene a ser lo mismo-. Ella: ser maravilloso (sin dudarlo y sin ironías). Ella: mejor que yo. ¿Mejor que yo? ¿O igual?
-¿Sabes qué? Ella ha logrado en un instante más que tú en... ¿cuánto? ¿Diez años? ¡Diez años! ¡Jajajaja! Curioso, ¿verdad?- me dijo el gusano.
-Sí, tú ríete. Pero no me importa lo que digas ni tampoco lo que suceda.- contesté.
-¿Estás segura?- preguntó.
-Sí. ¿Sabes lo que te digo? Que no me importa lo que haga ella: deseo que le vaya todo muy bien. Yo alcanzaré lo inalcanzable y sé que lo lograré.
Eso fue lo que le dije al gusano y pareció haberse convencido... aunque la que no se convenció para nada de mis argumentos fui yo. ¿Lo lograré?
-A lo mejor ella te tiene envídia- remató el gusano.